domingo, 20 de marzo de 2011

nuestra Organización es como una orquesta, pero no.

El otro día un amigo me preguntó si yo sabía para qué servía un director de orquesta.

No entendía su papel. Me decía que conocía a un violinista que cuando tenía que interpretar una obra musical sabía leer muy bien la partitura. Incluso sabía cuando tenía que hacer cada pausa. Porque también lo pone. Argumentaba, mi amigo, que también conocía a un músico que tocaba la trompeta y a otro que tocaba los timbales y que los dos sabían leer también muy bien la partitura y conocían las pausas, al dedillo. Me insistía en que no comprendía el papel del director de la orquesta haciendo payasadas con la batuta. Moviendo el pelo de un lado a otro y poniendo caras muy raras para finalmente darse la vuelta y saludar al público y hacer que los músicos se levantaran al final para saludar.

Yo, sin despeinarme, lo cual no es difícil porque tengo poco pelo, le dije que el Director de orquesta es quien se encarga, en un contexto orquestal, de coordinar los distintos instrumentos que la componen. Y también, le indiqué, que sus deberes son llevar el tempo, o el compás, indicar la entrada de grupos instrumentales individuales, marcar los acentos dinámicos y llevar a cabo cualquier otra instrucción relevante dejada en la partitura por el compositor.

También son deberes del director de orquesta coordinar los ensayos, resolver disputas y desacuerdos entre los músicos dentro de ellos.

Pareció quedarse tranquilo y entonces me preguntó que si nuestra Organización es como una orquesta. Yo le dije que sí, pero que en ocasiones el violinista cree que puede llevar adelante la melodía a su propio compás, que en ocasiones cada uno “entra” y “sale” cuando quiere y que algunos y algunas marcan su propia dinámica. Le dije que siempre hay trompetistas que van por libre y alguno toca el timbal a destiempo.

Pero lo importante no es la melodía que cada uno lea o crea leer, sino el trabajo en común y marcar los acentos dinámicos que dan a la melodía y a la obra el punto adecuado según el director, que para eso está, aunque sea para equivocarse.

Me dijo mi amigo que qué se podía hacer cuando en nuestra Organización alguien no atiende al director o decide que en lugar del violín tocará el contrabajo, o marca sus propios tiempos. Yo le dije que, sinceramente, nada. Sólo cabe esperar que la composición salga bien y que el público no se de cuenta, porque sólo en la cabeza del director están las soluciones para resolver las instrucciones olvidadas en la partitura por el compositor, y resulta que seguramente todos podemos ser directores y todos marcaríamos tiempos diferentes, pero alguien los tiene que marcar.

Para acabar le dije. Mira querido amigo, esto es como el romance de la molinera y el corregidor: que siempre hay más violinistas que directores, y además en nuestra Organización todos nos creemos directores y muy pocos violinistas pendientes del director. Y cuando un director quiere marcar un “tempo”, la dinámica es mirar para otro lado y cada uno crea su propia melodía, con su compás particular y entrando y saliendo cuando quiere. El director sólo sirve cuando se quiere que haya director.

Eso forma parte de la voluntad de los músicos en una Organización que depende exclusivamente de la disciplina de cada uno de los violinistas. Pero ¿qué ocurre cuando hay una que toca el timbal a su ritmo?. Lo mejor es que el director se guarde la batuta en el bolsillo.